Por Enrique Chávez Estudillo*
Este fin de semana el dirigente estatal de mi partido, el PRI, Alejandro Armenta Mier, lanzó un llamado a mantener la lealtad a la institución y añadió que en este tiempo de derrota y entrega del poder se verá quiénes somos fieles al partido y quiénes solamente se asumen como priístas cuando les interesa permanecer en la nómina de algún nivel de gobierno o en la dirección del propio tricolor.
Me parece muy adecuado que el dirigente del partido emita una convocatoria a mantener la lealtad alrededor del PRI, siempre y cuando no pretenda confundir la lealtad con la sumisión o la abyección, debido a que los tres conceptos tienen significados muy diferentes y los últimos dos son – precisamente – los que nos llevaron a los priístas a cometer errores innegables en la pasada elección y; en consecuencia, a perderla.
Me explico: de acuerdo a varios diccionarios, la lealtad es un valor derivado de la fidelidad consciente hacia un compromiso; mientras que la abyección quiere decir bajeza, envilecimiento o humillación y la sumisión implica la obediencia o el sometimiento a otros. En este escenario, queda claro que los priístas debemos ser leales al partido y no sumisos o abyectos con un grupo político determinado.
En esta coyuntura de derrota, quienes militamos en el PRI tenemos que ser fieles a sus estatutos, ideología y proyecto de Estado y Nación, pero no podemos ser sumisos con un grupo político que se ha autoasumido como propietario del partido y pretende seguirlo manteniendo como su herramienta particular, para repartirse cargos públicos y de representación ciudadana.
Después de la debacle electoral que los priístas poblanos sufrimos en la elección pasada, ser leales al partido implica trabajar para reconstruirlo partiendo de la base del mandato ciudadano externado en las urnas y evitando las imposiciones, decisiones cupulares y exclusiones que dañaron al mismo priísmo y lo llevaron a su derrota más grande en la entidad.
Para los verdaderos priístas, resultaría lamentable que quienes con malas decisiones e imposiciones lo llevaron a la debacle electoral del 4 de julio pretendan continuar controlando al partido, para utilizarlo de escudo contra los procesos legales que, tal vez, los gobiernos estatal y municipal entrantes pretendan ejecutar hacia aquéllos funcionarios que hayan incurrido en anomalías en el ejercicio público.
Tampoco es permisible que algún grupo pretenda mantener al PRI de Puebla como su patrimonio personal, para negociar candidaturas y prebendas en la sucesión presidencial próxima, porque incurrir – otra vez - en estos errores implicaría condenar al partido a más derrotas y al rechazo ciudadano.
Los verdaderos priístas sabemos que en la pasada elección local, los poblanos externaron su repudio a los escándalos generados desde el gobierno, al manejo patrimonialista de los recursos públicos y partidistas, a la manipulación de las encuestas y de la prensa local y a la utilización de priístas quemados y desprestigiados en la ejecución de guerras internas contra quienes militamos en el partido, pero no comulgamos con quienes lo usan para sus fines personales o de grupo.
*Presidente de la comisión de Derechos Humanos en el Cabildo de Puebla
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